No puedo dejar de comentar esta pérdida como aficionado a la fotografía, ni tampoco como médico de Urgencias y Neumólogo, pues no hace mucho Enrique escribió algo que me llegó profesionalmente al alma y que os pienso reproducir en esta entrada.
Enrique Meneses estudió derecho en la Universidad de Salamanca y Madrid porque su padre quería que fuera diplomático,pero finalmente fue periodista como él. Publicó su primer reportaje a los 17 años cubriendo la Muerte de Manolete en 1947 y a partir de ahí, nuca dejó de escribir. Fue corresponsal en Oriente Medio y la India, además de cubrir varios conflictos en África. Estuvo en incontables lugares haciendo su trabajo.
Ahora se hablará mucho de sus fotografías y de todos los lugares en los que estuvo haciendo su trabajo: la guerra del Canal de Suez, la revolución Cubana, el encuentro entre John F. Kennedy y Nikita Kruschev en 1961 en Viena, en Misisipi cuando el primer estudiante negro James Meredith ingresó en una universidad,el asesinato de Kennedy,la marcha de Martin Luther King en Washington, Fue reportero en las guerras de Rodesia, Angola, Bangladesh y Sarajevo (1993), su último trabajo, pues una enfermedad pulmonar ya le impedía seguir con su vida aventurera: la Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC).
Los que quieran ver fotos de Enrique Meneses lo mejor que pueden hacer es consultar su página de Flicker, que todavía sigue abierta.
Yo por mi parte, voy a ser tan descarado que me voy a permitir reproducir literalmente uno de los últimos textos de su Blog, en el que Enrique habla con ironía pero mucha sabiduría y cariño de un tema que me llega al corazón y tristemente actual: la Sanidad Publica, vista desde el punto de vista de un enfermo de mas de 80 años.
"La experiencia me ha demostrado que del llanto a la risa solo hay un paso. A las 3 de la madrugada me despierto con un ataque de tos que pretende arrancarme las entrañas. Arrastro mi dolido fémur hasta el cuarto de baño. Toso con fuerza y me sale un borbotón de sangre muy oscura. Pienso que es sangre vieja pero pido ayuda al 061 con doctora a la cabeza que ordena mi ingreso por urgencias.
Llegar al denostado servicio de La Paz es como entrar en la Corte de los Milagros. Todo el mundo pretende que lo que le sucede es lo más importante del mundo. Un vómito de sangre de color negruzco y con flemas abundantes, es evidente que reclama más la atención de los servicios médicos, especialmente si el paciente tiene 82 años. Rápidamente pasé a la sala de monitorización. Allí, un plantel de médicos de todas las especialidades, oncología, cardiología, digestivo, neumología, se hizo cargo de mi cuerpo y los datos que iban debitando los aparatos. Esta prioridad que se me daba se debía a un minivómito de una batea que se produjo en La Paz misma. Algo más de medio centenar de personas con diversas dolencias, muchas de ellas menos graves que las mías, reclamaban la atención del cuadro médico.
De repente, en la cama de mi derecha, en la oscuridad veo un hombre de edad con cara de indigente y barba de varias semanas que me dice: “Ya podían haberme pegado el tiro en otro lugar que no fuese el pie”. “Bueno, le consolé, en el culo no hubiese sido menos doloroso o incómodo, creo yo”. “No puede hablar con este hombre”, me espeta un policía, está detenido y no puede dar su nombre. Tampoco puede charlar con sus compinches que están en la sala. Al poco rato se lo llevaron para operarle del pie.
La gran sala de Urgencias es oválada. Contra las paredes, alineadas mirando al centro, se encuentran las camas. Antes de llegar a tener cama se pasa por sillas bastante confortables en espera de disponer lecho libre. Al pie de la cuarentena de camas, están las sillas. Cuando una cama se libera todo el mundo mira a las sillas para ver cual será el beneficiario de ella. Unos celadores acuden a un paciente. “Ya tiene usted el alta, le llevamos para casa. “No quiero ir a casa, quiero que me dejen en la esquina en la que me recogió el Samur.” ¿Y donde es esa esquina? –No lo sé, pregunte al chofer de la ambulancia. — Le llevaremos a su casa y luego haga lo que quiera. …”Yo quiero ir a la esquina donde me recogieron,no quieero ir a mi casa, insistía el sujeto.
Llega una señora mayor que tienen que pasar de la cama de la Ambulancia a la de Urgencias. La tranquilizan. “No le harán daño.” “La deslizan de una cama a otra haciéndola resbalar por una colchoneta. Pero ella empieza a gritar antes de que hagan nada. Debe de ser un preventivo contra el dolor. Cuando la enfermera pronuncia mi nombre, el jóven que yace acurrucado en la cama situada a mi izquierda, murmura:”Si, Enrique trabajó con mi madre en una publicación .”. ¿Y quien eres tu? soy John. Al rato apareció la madre buscando afanosamente a su hijo y fui yo quien la alertó de donde estaba John medio adormilado.
Sin necesidad de explicaciones, me entretuve descifrando cómo funcionaba aquella sala-estación de reparto. Dos grupos de médicos y enfermeras jóvenes iban girando en la sala de cama en cama. Uno lo hacía en un sentido y el otro en sentido contrario. Ambos haciendo un primer diagnóstico para los especialistas. Cuando les reclamaba alguien pàra que le atendiesen, ordenaban enérgicamente que esperase su turno.
El conjunto funcionaba como un reloj de precisión suizo.Sin descubir la estructura organizativa, a la inmensa mayoría, la algarabía les suena a desórden. Sacando a flor de piel todos los egoísmos, los pacientes no se detenienen a ver que hay estructura y mando. Los actos no son caprichosos, responden a sistemas eficientes de racionalización del trabajo. Es una colmena del dolor más o menos real que hace que muchos pacientes se salten el ambulatorio e inunden las urgencias de hodpitales públicos. Para los enemigos de la Sanidad Pública, hacerse eco de lo que parece desórden, es una argumentación de peso.
En mitad del cuadro general ví un hombre con más calva que melena, corpulento pero sobrado de grasa, agitandose en voz perentoria. Estaba erguido sobre su cama, torso bien depilado. “Soy modelo de ropa de caballero para catálogos y me han entregado este camisón para que me lo ponga. ¿Es esto digno de un ciudadano que paga sus impuestos? ¿Dónde está el respeto que se debe a un c ontribuyente?” Ya teníamos espectáculo. Una enfermera le pidió que bajase la voz para dejar descansar a quienes dormitaban. El hombre se encabritó y la espetó:”Enfermera mis impuestos son los que pagan su sueldo.” Sujetando entre dos dedos cada hombro del camisón, volvió a hablar de su dignidad. Uno de los dos policías que había en la sala le recomendó que dejase de voviferar o le ponía las esposas. Le ofrecieron ir al lavabo y cambiarse allí. Al cabo de un rato, el “modelo” reapareció con su camison puesto al revés. Contrariamente a los demás, hombres o mujeres, protegía bien su culo en tanto iba abierto por delante. Con ello descubría un pecho depilado que no podía presumir de tarzanesco. Por supuesto, quiso hablar con su representante y para ello exigía un teléfono fijo.
Cuando me anunciaron que iba a pasar a planta donde solo hay dos enfermos por habitación, lamenté abandonar esa variopinta fauna de quienes, acostumbrados a la comida rápida, también necesitan cuidados instantáneos aunque solo sea un dolor de garganta lo que les aqueja. Al entrar en la habitación de la plante 10, mi nonagenario vecino de cama me preguntó: “¿Sabe usted en qué colegio estamos ?”. Me entraron ganas de reir: “Cuando venga la profesora se lo preguntamos” le respondí pensando que estaba en una planta dedicada a la psiquiatria.
La poca paciencia de la gente, la costumbre de saltarse el ambulatorio e ir directamente a urgencias. produce un aparente cuadro de desorganización que intenta denigrar una salud pública que es de las mejores del mundo. Hay que ser papanatas para considerar que en Houston pueden arreglar lo que aqui no se puede. Las horas pasadas en la Sala de Urgencias he tenido oportunidad de reirme de la mayoría de las quejas de los pacientes. Para un periodista y curioso de por qué las cosas son como son, las 13 o 14 horas pasadas en aquel mundo algo circense, pude confirmar lo que siempre tuve claro. En un hospital privado, un caso grave se envía a los grandes hospitales públicos donde se practica “la gran medicina”, la que nunca querrán practicar los que no tuvieron ocasión de tracticar. Y los seguros privados, si vislumbran un futuro de salud tormentosa, sencillamente, rechazan la póliza."
Descanse en paz Dn. Enrique Meneses